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jueves, 1 de mayo de 2014

Crónicas de Vallespino - Prólogo VI

Hacía tiempo que no escribo, y menos aún un capítulo de las crónicas, pero finalmente me he puesto manos a la obra. Aquí tenéis una nueva entrada, espero que la disfrutéis.



Damien


El ambiente en aquella pequeña sala estaba muy cargado. Damien esperaba pacientemente mientras la muchacha atendía las heridas de Robert. El joven pretendiente al Trono le dedicaba lujuriosas miradas mientras ella le vendaba el brazo. Llevaban en Septo de Piedra dos días, y no era la primera joven que atendía a Robert. Damien se impacientaba.

Tras el ataque en Vado Ceniza, Robert y un grupo de leales se dirigieron al norte. El resto de su ejército se replegó a Bastión de Tormentas, donde estaban siendo asediados por Mace Tyrell. "Y ahora aquí estamos, escondiéndonos de Connington, esperando una ayuda que quizá llegue demasiado tarde". Tres días antes, los exploradores habían detectado un gran ejército realista que les iba a la zaga, liderado por la Mano del Rey, Jon Connington. Una vez más, Robert había dividido sus fuerzas en Septo de Piedra. Había enviado a casi todo su pequeño ejército a Aguasdulces a reunirse con Hoster Tully y Eddard Stark, pero él se había quedado en Septo de Piedra, recuperándose de sus heridas. Sólo un pequeño grupo de sus más leales y bravos compañeros se había quedado con él.

 - Esto me parece una mala idea, Robert -dijo Damien sin ningún miramiento-. Deberíamos habernos marchado con los demás.

 - Te lo tomas demasiado en serio, Hawthorn. Estaremos a salvo mientras estas buenas gentes cuiden de nosotros -Robert le dio un pellizco a la muchacha en la nalga, provocandole una risita juguetona.

 - Ya que tú no te preocupas, deberé preocuparme yo -"No es más que un muchacho joven y temerario", se recordó Damien "con su edad yo también me creía capaz de lo imposible", aunque con Robert, nada parecía imposible.

Un súbito portazo sacó a Damien de sus pensamientos. Automáticamente, se llevó la mano al pomo de su espada, mientras Robert casi se puso en pie de un salto, aunque sus heridas le hicieron gruñir.

 - ¡Que los Otros se te lleven, Hacha de Plata! -el que había entrado a toda prisa era el hijo de Lord Fell, a quien Robert había dado muerte en Refugio Estival. El muchacho había quedado tan impresionado, que se había unido al bando rebelde y Robert lo había nombrado su escudero- ¡Casi me matas del susto!

 - Lo siento Lord Robert -"Está tenso, trae malas noticias". Damien no se equivocaba- Los granjeros han visto al ejército de Connington; están a media legua de aquí.

Media hora más tarde, corrían por un callejón, ocultos con capotes oscuros. Robert aguantó bien el dolor mientras buscaban refugio. El ejército enemigo había llegado con rapidez a la ciudad, y Connington se había propuesto encontrar y matar personalmente a Robert. Así que ordenó una búsqueda exhaustiva casa por casa. “Otro joven impetuoso que intenta ganar la guerra con rapidez”. Damien sabía que sin Robert todo habría acabado, así que debían mantenerlo con vida. Los lugareños fueron una sorprendente fuente de ayuda. Habían ayudado gratamente a Robert los días anteriores, mientras se recuperaba, y ahora ponían todo el empeño en retrasar a Connington y ocultar a Robert.

Las tropas realistas estaban por toda la ciudad, buscándolos. Cada vez que Robert y sus compañeros se ocultaban en alguna casa o septo, a los pocos minutos soldados realistas golpeaban la puerta con fiereza. Tenían el tiempo justo para huir por cualquier puerta trasera mientras los pueblerinos entretenían a los soldados. Era una situación que no agradaba ni a Robert ni a ninguno de sus compañeros.

Pasó casi una hora cuando, de pronto, las campanas de todos los septos de la ciudad empezaron a tañer.

 - ¿Qué ocurre? -preguntó Robert.

 - Alarma -dijo el lugareño que les estaba guiando-. Las campanas suenan en caso de alarma. Avisan de que nadie debe salir de sus casas -el hombre escuchó atentamente durante unos segundos-. Escuchad. ¿Eso no es…?

 - ¡Una batalla! -por un segundo, Robert se olvidó de la discreción- ¡Es una batalla! ¡Ned ha llegado!

Robert se puso en pie y tomó su martillo de guerra. Sus compañeros lo siguieron, armas en mano. Damien se sintió aliviado; nunca le había gustado esconderse, y la perspectiva de una luchar aliviaba toda su tensión acumulada. El pequeño grupo tomó posiciones tras la puerta cerrada de la casa donde se habían ocultado. Tras comprobar que todos estaban preparados, Robert prácticamente derribó la puerta de un empujón, sin dar muestras de estar herido o cansado. Sus compañeros le siguieron, lanzándose al fragor del combate, mientras Robert lanzaba su atronador grito de guerra.

 - ¡NUESTRA ES LA FURIA!


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